En la zona centro oriental de Gran Canaria, junto a la capital insular, se encuentra el municipio de Santa Brígida, un lugar que tras la conquista fue muy apetecido por los nuevos colonos y pobladores, pues a la feracidad de sus terrenos había que unir las aguas que discurrían por sus barrancos o surgían de forma natural y espontáneas de sus fuentes naturales. Su núcleo primigenio, que luego sería sede de parroquia, fue levantado cerca de un ingenio azucarero y al borde de un espolón rocoso junto al barranco. La Naturaleza, no cabe duda, fue una de sus riquezas más importantes, con abundante arbolado en el que predominan las palmeras, lo cual explica su antiguo nombre aborigen: ‘Tasaute’, al igual que casi todos los topónimos hacen alusión a su pasado como jardín de flora autóctona: Los Olivos, Lentiscal, El Madroñal, Pino Santo, Gamonal…
Santa Brígida se convirtió en un lugar atractivo para los nuevos pobladores, atraídos por el reparto de tierras y agua abundante. Los nuevos hacendados y colonos transformaron Santa Brígida en un auténtico vergel, a golpes de hacha y surcos de arado, en palabras del historiador Antonio Rumeu de Armas. La agricultura alteró de raíz aquel paisaje de palmeras y lentiscos y en el umbroso bosque crecieron cereales, viñas y caña de azúcar para exportar a América y Europa. De este modo se fueron asentando a lo largo y ancho del territorio gentes de diversas procedencias: agricultores, artesanos, comerciantes, clérigos, colonos vinculados a la producción agrícola, regidores de la Isla y esclavos compuesta por esclavos ligados al duro trabajo de las plantaciones de cañas y otros cultivos de subsistencia, entre los que destacaban los cereales.
La importancia que adquiere este lugar gracias al auge alcanzado por la economía azucarera hace que los vecinos soliciten la creación de una ermita y evitar los largos recorridos hasta la lejana iglesia del Sagrario, en la ciudad, de la que eran parroquianos. La primitiva iglesia fue fundada por Juan de Maluenda, dueño del ingenio azucarero, y por doña Isabel Guerra, viuda del conquistador Juan de Sanlúcar, y se abrió al culto hacia 1525, siendo su primer capellán Pedro Sitronela, que tenía vivienda anexa y corral en el primigenio casco antiguo. Otras casas comenzaban a edificarse junto a los cultivos, los nuevos molinos de agua, los hornos de pan, los hornos de cal y uno específico de tejas, en el barranco de La Angostura, propiedad de Hernando de la Feria, y que atendía a las nuevas construcciones. Y así fueron surgiendo caseríos desde las estribaciones del monte lentiscal hasta la misma cumbre de Gran Canaria. Desde aquella época este lugar fue conocido por el nombre genérico de La Vega, ocupando la cuenca media del Guiniguada. Entonces era uno de los pueblos más extensos de la Isla; un sólo y amplio municipio compuesto por La Vega de Abajo (Santa Brígida), la de Enmedio (El Madroñal) y La Vega de Arriba que el 26 de octubre de 1800, gracias al crecimiento de su población, logra la independencia religiosa y la posteriormente se convierte en municipio propio.
Villa invicta
A fines del siglo XVI, un acontecimiento crucial para la defensa de Gran Canaria aconteció en su comarca. La Vega escribió una de las más decisivas páginas de la historia de Canarias al haber sido capital y cuartel general de la Isla durante una semana, el tiempo que tardó en derrotar y expulsar a la escuadra más poderosa que ha surcado las aguas del archipiélago en toda su historia: la armada holandesa que capitaneaba el almirante Pieter Van Der Does, a bordo de 73 barcos y unos 12.000 hombres, entre marineros y soldados, cuyas intenciones eran la conquista de las Islas. En aquellos temibles días La Vega fue escenario de la batalla librada en Monte Lentiscal, donde unos 500 milicianos canarios, mandados por el gobernador Antonio de Pamochamoso, pudieron vencer y poner en retirada a una formidable tropa holandesa. Viendo que la resistencia de la ciudad era temeraria por la gran fuerza por la armada holandesa, todos los habitantes de la ciudad la abandonaron y se acantonaron en el lugar de la Vega. Los regidores de la Audiencia de Canarias y las monjas bernardas se refugiaron en la hacienda del Galeón, una antigua hacienda que transformada aún hoy existe. En otra hacienda vecina, propiedad del alcalde real Andrés de la Nuez, fue llevado a toda prisa, malherido, el gobernador Alonso de Alvarado, que murió poco después como consecuencias de las heridas de cañón.
Los campesinos y milicianos de este lugar, capitaneados por el capitán Pedro de Torres Santiago, oriundo de La Vega y, por tanto, gran conocedor del terreno donde luchaba, desplegó en silencio a sus hombres entre las frondas del bosque del Lentiscal, logrando interceptar el paso de los holandeses y llevar a cabo una emboscada en el camino junto a un antiguo molino batanero que daría nombre a la batalla (El Batán). Se cuenta que el combate fue tan aguerrido que los holandeses huyeron despavoridos, falleciendo cerca de mil soldados. En su huida de la Isla saquearon y prendieron fuego a los principales edificios de la ciudad de Las Palmas. De dicho episodio queda testimonio en el escudo heráldico de la villa, que lleva la leyenda: Por España y por la fe vencimos al holandés y una fiesta conocida por La Naval, ya desaparecida.
Economía y población
El aumento de la población fue notable en el siglo XVII, pues en 1688 se contabilizan en La Vega más de dos mil habitantes distribuidos en aproximadamente de 400 casas diseminadas por los barrios de El Monte, La Atalaya, Las Cuevas, Las Goteras, Satautejo, La Angostura, Los Silos, Lomo Espino, Pino Santo, entre otros pagos de la Vega de Arriba. Santa Brígida era la tercera población de Gran Canaria, después de Las Palmas y Telde. La belleza del lugar y la benignidad de su clima, hicieron de este lugar el campo de recreo de los vecinos pudientes de la costa, que lograron algunas datas del extinto bosque del Lentiscal, entre ellos destacados militares como la familia de un niño llamado Benito Pérez Galdós, que en 1851 pasó aquí su infancia entre vinagreras, mocanes y viñas antes de ponerse a escribir sobre los seres humanos, sus sentimientos y episodios colectivos.
En pleno siglo XVIII La Vega era un pueblo en crecimiento. En 1733, de acuerdo con el censo elaborado por el obispo Dávila y Cárdenas, este lugar sobrepasaba las 660 almas, es decir tres mil habitantes. Para entonces, era uno de lugares de mayor vecindario de la Isla, lo que trajo una actualización de sus infraestructuras y un aumento de su desarrollo urbano. Era un término muy diseminado entre las tres vegas, y únicamente se contabilizaban una treintena de casas alrededor del templo, germen y origen de Santa Brígida. En aquel tiempo el historiador Pedro Agustín del Castillo y Ruiz de Vergara describe este lugar: dos leguas de la ciudad Real de Las Palmas, a la parte del oeste, en sitio alegre, fresco y ameno; todo poblado de viñas, árboles frutales de todos géneros, y de sembrados; carnes, casas de conejos, perdices y palomas. A renglón seguido exalta Castillo el número y calidad de las casas y mansiones de todas las conveniencias para los continuados recreos de los veranos, por lo que, siendo los dueños de las heredades vecinos de la ciudad, se retiran a él para gozar de las frescuras de sus perennes arroyos y fuentes.
Un tercio de siglo más tarde, el insigne historiador y naturalista José Viera y Clavijo (1731-1813) quedó también gratamente sorprendido de la belleza de este territorio cuando se hospedó en la vieja hacienda de San José, de su amigo Pedro Bravo de Laguna y Huerta, y trasladó a este lugar a un soneto que empieza así:
Ved aquí un paraíso sin serpiente
donde no hay fruta al gusto prohibida,
donde todo árbol es árbol de vida,
su Adán agricultor, su Eva inocente.
Hoy en día Santa Brígida ya no es tan inocente como en los siglos anteriores y de su fruta prohibida sólo queda el recuerdo de una economía basada exclusivamente en la agricultura, cuando sus vegas y sus huertas eran la despensa hortícola de la ciudad y un destacado centro de contratación de vinos con los que se brindaba en toda Europa. El potencial hidráulico de La Vega, en la actualidad muy mermado, y la riqueza de su suelo dieron como resultado un régimen de cultivos centrado básicamente en las papas, las verduras y los árboles frutales, sobre todo perales y naranjos, que se mantuvo hasta mediados del siglo XX. En ese tiempo, Santa Brígida contaba con poco más de seis mil habitantes, cuya principal ocupación era la agricultura.
El desarrollo turístico que experimentó el Sur de Gran Canaria y la crisis agrícola a partir de la década de 1960 transformó radicalmente la tradición económica de este municipio. Las actividades comerciales y el turismo, junto al desarrollo de estas urbanizaciones, han propiciado este giro en la economía del municipio. El fuerte empuje de la construcción atrae a una población que aspira a vivir en suntuosas casas y viviendas alejadas de la gran urbe. De modo que Santa Brígida se nos presenta hoy bastante edificada, en una mezcla de núcleos residenciales y viviendas aisladas, mientras la agricultura decae progresivamente en beneficio de nuevas construcciones ajardinadas. Todavía hoy sigue siendo uno de los principales núcleos agrícolas de la isla por su producción vitivinícola, con el célebre vino del Monte, además de frutas y verduras de la Vega de Enmedio que se venden en los mercados locales e insulares.
La población, mayoritariamente joven, ha duplicado su número en las últimas dos décadas. Hoy el censo se eleva a 18.470 habitantes, según el último recuento del Instituto Nacional de Estadística de enero de 2016.
La Parroquia
Uno de los edificios más representativos de la historia de Santa Brígida es la parroquia, situada en el mismo lugar donde a comienzos del siglo XVI se había edificado la antigua ermita. El templo El templo sufrió diferentes remodelaciones a lo largo del tiempo, pero en la noche del 21 de octubre de 1897 sufrió un incendio que destruyó el edificio, perdiéndose la mayor parte de su patrimonio. No así la torre campanario, que se edificó entre los años de 1755 y 1759, aunque las campanas no ofrecieron la misma voz desde entonces, y hoy La Grande (1870), La Ronca (1762) y La Chica (1762), lucen como un monumento vivo en el espacio de la plaza, desde donde se contempla el impresionante paisaje de las antiguas vegas con las cumbres como marco.
La reconstrucción de la tercera iglesia en la historia se inició en 1904, según los planos trazados por el arquitecto diocesano Laureano Arroyo Velasco, que por motivos de seguridad rechaza poner una nueva techumbre de madera y opta por la bóveda. El templo, finalmente, presenta un exterior, con características neogóticas, y un interior, que muestra características similares a la iglesia de La Candelaria de la Villa de Ingenio, también debida al mismo arquitecto. En el interior del templo parroquial se conservan algunas esculturas de interés histórico artístico, como una magnífica talla que representa a La Dolorosa, obra del imaginero canario Luján Pérez y un San Antonio de Padua, probablemente perteneciente a la escuela barroca sevillana que se trajo en 1751 con fama de casamentero por un presbítero del lugar. Ambas tallas lograron ser salvadas de las llamas por los vecinos. También es importante el cuadro de Ánimas, el más antiguo de Gran Canaria, pintado en el siglo XVII y que pertenecía al antiguo monasterio de san Francisco de Las Palmas.
La Atalaya
Cerca de su núcleo urbano se halla el barrio de La Atalaya, antiguo poblado de cuevas y alfareros, con sus casas excavadas habitadas, una de las cuales ha sido convertida en museo en memoria de Panchito Rodríguez Santana, el alfarero que hasta hace pocos años empleó técnicas ancestrales para elaborar la vajilla de barro que se consumía en la Isla. También se encuentra en este lugar el Centro Locero, que ha logrado preservar las técnicas y tipologías tradicionales y formar a las nuevas generaciones a través de una continuada actividad de investigación, docencia, exposición y venta de artículos, dando así continuidad a una parte importante del legado cultural más genuino de Gran Canaria.
Bandama
Cerca de allí, sobre los antiguos llanos de La Atalaya, se encuentra el campo de golf de Bandama, el más antiguo de la Isla que se asoma al borde de un gran volcán, una caldera volcánica de grandes dimensiones, con un kilómetro de boca, y escarpadas de restos volcánicos. Las mejores vistas se consiguen desde el mirador del mismo nombre
situado a 569 metros de altitud. Desde allí se divisan unas espectaculares vistas de las vegas, la capital y Telde y se puede visitar un antiguo búnker secreto que se construyó en su sótano durante la segunda guerra mundial. Tanto la caldera como con el pico de Bandama conforman un magnífico Monumento Natural que pertenece al Paisaje Protegido de Tafira.
Poblaciones
Casco Histórico de Santa Brígida, El Gamonal, La Angostura, La Atalaya, El Madroñal, Monte Lentiscal, Pino Santo Alto, Pino Santo Bajo, Lomo Espino, Las Meleguinas, San José de las Vegas, Las Goteras, Llanos de María Ribera (compartido con Las Palmas de Gran Canaria), Los Olivos y Portada Verde.
Autor: Pedro Socorro. Cronista Oficial de la Villa de Santa Brígida